Comentario
Capítulo LXXII
Cómo el adelantado Alvarado llegó al pueblo que había descubierto Diego de Alvarado, donde habiendo salido a descubrir topó unos puertos nevados; y del trabajo que pasaron los españoles
Como el adelantado había sabido del pueblo que había descubierto Diego de Alvarado, diose mucha prisa andar con los que con él iban, deseando verse envueltos con las muchas ovejas que había. El licenciado Caldera venía siguiendo con gran trabajo que causaban los enfermos que traía, de los cuales casi cada día se morían algunos. Diego de Alvarado, después de haber enviado aviso al adelantado de lo que había descubierto, determinó, con parecer de los que con él estaban, de pasar adelante a descubrir lo que pudiesen; y así lo pusieron por obra llevando sus esclavos y anaconas. Y después de haber andado algún camino, llegaron a unas grandes sierras tan pobladas de nieve cuanto otras lo suelen estar de montaña. El viento austro ventaba tan recio que era otro mayor mal por ser el frío desigual. No había manera de pasar por otra parte, aunque con gran rodeo lo quisieron procurar. Temían los alpes, pero forzados de la necesidad, que había, de saber lo de adelante, se metieron por aquellas nieves; constancia grande para tener en mucho la animosidad de los españoles, pues se han puesto a tales trabajos en estas Indias, que pone grima contarlos: y que se metiesen por entre estas nieves sin saber cuándo ni adónde se acababan, ni otra noticia que alguna que daban los naturales. Pues como se metieron por los nevados puertos caían de las nubes tan grandes copos de la nieve que los fatigaba tanto que no osaban alzar los ojos a ver el cielo porque la nieve les quemaba las pestañas. Los indios que llevaban no podían menear los pies; tomaron en los caballos que pudieron, y como no llevaban gran bagaje, pues caminaban a la ligera, calaron lo que más pudieron con tanto trabajo que pensaron todos ser muertos. Y al cabo de haber andado más de seis leguas, ya que era tarde fue Dios servido de que acabasen de pasar los alpes, y saliendo de tanta nieve llegaron a un pueblo algo grande donde hallaron muchas ovejas y otros bastimentos; y luego se envió relación de todas estas cosas al adelantado, avisándole cómo y de qué manera había de pasar las nieves y de cómo luego hallarían todos mantenimiento para comer.
Venía el adelantado, como se ha dicho, delante del licenciado Caldera, que venía con la mayor parte de la gente y del bagaje, y había llegado al pueblo de Ajo, donde había salido Diego de Alvarado. Nunca dejaban de se morir españoles; hacíanse almoneda de sus bienes; querían muchos de los compradores pagar luego en bien oro fino, no querían encargarse de tal trabajo, sino que hiciesen obligaciones para pagar cuando se les pidiese. Venía el licenciado Caldera con gran trabajo por las causas que ya otras veces tengo escritas. Sabían todos lo que tenían por delante de las nieves; temían lo que habían de pasar. Como nunca dejaban de andar, llegaron a las nieves; metiéronse por ellas y caía mucha más que cuando pasó Diego de Alvarado. Los indios que llevaban, naturales de la provincia de Guatimala y algunos de Nicaragua, y otros que habían cautivado en el reino, como todos, son de complexión delicadísima y para poco trabajo, aunque nosotros a su daño y nuestro provecho, siempre juzgamos otra cosa, viéndose en tal aprieto desmayaban porque la nieve que caía les quemaba los ojos, y muchos perdían dedos y pies cuando andaban, y otros se helaban y se quedaban hechos visajes. Frío hacía mucho; el austro no dejó de soplar. Los españoles, así los que iban a pie como a caballo, iban como podréis pensar; como son de gran complexión y tengan ánimo tan maravilloso, esforzábanse para pasar adelante. En esto venía la noche con grande oscuridad, que fue otro tormento desigual: no tenían otro conhorte que encomendarse a Dios, ni guarda, ni candela, ni adonde hacerla, ni con qué. Pusieron como mejor pudieron algunas tiendas para abrigarse algún tanto. Gemían muchos; batían los dientes todos; heláronse algunos negros y muchos indios e indias.
El adelantado del gran frío estuvo fatigado, y tanto, que tuviera por mejor no haber salido de su gobernación; y aun para su ánima hubiera valido, pues se excusara muerte de tantos indios como murieron por sacarlos de sus regalos y tierra. Deseaban tanto ver el día que le parecía no había de venir, mas como el alba dio muestra de lo que deseaban, sin mas consejo ni parecer, como los que huyen de peste o escapan de gran tormenta que tal era en la que ellos estaban, dejando el repuesto que habían llevado, se volvieron por donde habían entrado sin querer pasar adelante al pueblo que quedaba atrás donde también llegó el licenciado Caldera con su desventura y trabajo que traía con los enfermos; sin lo cual le sucedió que, llegando a una quebrada hallaron unas uvillas que parecen mortunos, de la calidad de las cuales creo tengo escrito en mi primera parte, y como traían hambre, sin conocer lo que comían, los más metieron tanto la mano en comer, que sin mucho se torcían furiosamente, caían en el suelo sin sentido, haciendo tales bascas y tremor que parecían estar difuntos, y así estuvieron hasta que se pasó aquella maletía y la fruta acabó de hacer su curso tan contagioso.
Pasadas estas cosas que la crónica va contando, habiendo tomado su parecer el adelantado con el licenciado Caldera y con los principales que allí venían, se determinó de que convenía, porque totalmente no se perdiesen, de comoquiera que pudiesen pasar los alpes, pues donde Diego de Alvarado estaba sabían haber tan buena tierra y tantas manadas de ovejas como habían oído. Había el licenciado Caldera mandado dar muchos pregones que todos los que quisiesen oro de las cargas que traían de lo que tomaron en la costa que lo pudiese llevar para sí, con que fuese obligado de pagar los quintos. Mofaban de él y sus pregones y tal español hubo que llevándole un negro suyo una carga de aquellas joyas de oro con mucha alegría le dio con ello, diciéndole: "¿En tal tiempo me traes oro que comer?; ¿qué comer me dar, que no quiero oro?". Y antes de pasar los alpes, el mismo adelantado mandó pregonar que quien oro quisiese que lo tomase libremente sin ser obligado a más que pagar al rey sus quintos, mas no lo estimaban; por mejor tenían llevar piedras para moler el pan y otras cosas; que fue causa que todo aquel oro se perdió, dejándolo por aquellos lugares; y todos no buscando otra cosa que ello para enriquecer: no bastó pregón ninguno de los que el licenciado Caldera dio para que se llevase poco ni mucho de ello.